No hay salida, todo se oscurece, tus piernas no responden, no tienes fuerzas.
Llegas a ese sitio, ese sitio donde deberías sentirte mejor, segura (y no, no me refiero a la canción).
Dos pinchazos, dos agujas que no noté, no sentía el dolor, no sentía nada.
Temes por tu vida, entonces viene lo peor: "veamos la cantidad de oxígeno en sangre".
¿Puede haber sensación más rara? Enorme dolor, desmayo, calor, pérdida de conocimiento. Y es cuando dejas de tener conciencia de lo que ocurre. Sólo hay fotografías en mi cabeza, ruidos y más ruidos, nada coherente.
Lo peor que me dijeron aquel día: "hoy te quedas ingresada". ¡Que alegría!
No fue tan mal, salvo por el dolor que sentí con aquella vía, mi pánico a las agujas volvió cuando recobré el sentido.
Aquel bebé que me acompañaba, pobre, tan pequeño y sufriendo de aquella forma en la que gritaba.
Y una larga "noche", mi miedo a que la vía se rompiera en mi brazo eran más fuertes que mis ganas de dormir.
Pero al fin, me quedé dormida.
Y de repente, llegó la mañana, "feliz navidad" decían algunos, pero ¿quién es feliz en un lugar así? Tanto sufrimiento pero: "feliz navidad".
Lo mejor: aquellas personas que trabajan por hacer reír a esos niños que tanto necesitan recordar qué son, son sólo niños, necesitan reír, jugar, ellos se merecen una verdadera feliz navidad.
Y aquel día: 25 de diciembre de 2008 quedará prendido en mi memoria como tantos otros. Y un frío día de primavera como hoy: 20 de mayo de 2012 vuelvo a recordar y a sentir miedo por no volver a vivir lo que dejé en el pasado.
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