La muerte llega tan rápido que nadie reacciona. Negamos hasta que pensamos que no, que no va a volver.
Ayer, 21 de Octubre, un corazón conocido se apagó; se fue para no volver.
El dolor llegó a mí en forma de recuerdos de muertes pasadas; pesadillas que vuelven para atormentarme, pero en este caso lo que parece pesadilla es la pura realidad.
Querer despertar e imaginar que ha sido un mal sueño.
Mismo dolor, multiplicado por cada muerte, por cada persona querida que nos ha dejado y vivir su muerte una vez más.
Tengo que agradecer a una persona que me ha dicho algo muy especial que me sacó la primera sonrisa del día: "Aunque la tristeza de saber que no vuelven es enorme, saber que siguen siendo y serán recordados por todas las personas que le quieren alivia...aunque sea un poco... Dicen que la muerte sólo es muerte cuando nadie recuerda y eso no pasará en ninguno de los casos; así que tienes que sonreír porque seguro que es lo que ellos prefieren".
Pensar en ello ayuda a que no haya tanto dolor, aunque sea imposible que desaparezca.
Hay que aprender a vivir con la muerte, a saber que en cualquier momento nos sorprende. A dejar ir a los que se van pero sin olvidarlos, pues es entonces cuando realmente están muertos.
No podemos atarlos para siempre, hay que dejar que se marchen en paz, sin olvidar quiénes fueron, cuanto los queríamos y lo que nos ayudaron.
Vivir con la muerte es saber aceptarla, avanzar, es un acto de valentía y fuerza; vivir con la muerte es aprender a no hundirte.