Siento miedo, no lo niego, miedo de tener razón, miedo a que vuelvas a ser esa pesadilla que me atormentó toda mi vida.
Ni siquiera confío ahora. No creo que lo vuelva a hacer, no sólo has desecho esa montaña de confianza sino que has cavado tan profundo que ni siquiera yo sé donde está el fondo.
Nunca creí tus promesas, y siempre me has demostrado que llevo razón, hasta ahora no me equivoqué contigo; no es que sepa que pasará, es que eres demasiado predecible.
Siempre que vas a realizar un movimiento, yo deshice tu jugada desde que me comiste la primera figura de este ajedrez. Te repites una y otra vez, eres un bucle que se torna solo; no te hace falta nada, tú mismo te encargas de hundirte.
Ahora sólo te observo, observo cómo intentas salir a flote, observo cómo te intentan ayudar, te animan. Pero yo sólo observo.
Mi miedo no va a desaparecer, de eso estoy segura.
Antes mis pesadillas terminaban en mis sueños; ahora me atormenta tu demonio cada noche, de una forma distinta pero con el mismo final: sola enfrentándote. No hay nadie más, todos desaparecen a mi al rededor y ahí estoy, frente a ti. No niego que siento miedo, pero como una vez hice, me enfrenté.
Lo peor es cuando me despierto y busco una pequeña forma de distinguir dónde estoy, anhelando que sea mi habitación sumida en la oscuridad. Cuando recobro el sentido y mi miedo está por desaparecer intento buscar que todo sea una simple pesadilla. Esa pesadilla que me atormenta, una y otra vez.
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